Desde siempre Rusia me ha impactado, pero en esta ocasión el impacto fue incluso mayor. Difícil describir con palabras como la naturalidad de lo cotidiano invadía cada pequeño lugar de la cordillera. Sin esperar y después de la llegada preparé el equipo e hicimos una caminata de reconocimiento que apaciguara la emoción de estar allí. Siendo sinceros, en un primer momento fue muy difícil marcar los objetivos. La narración de todo lo que pasaba era muy complicada de reproducir.
Después de dos semanas, llegamos a la meta fijada. El lenguaje verbal se hizo insuficiente y las traducciones ya no tenían la misma gracia que la comunicación improvisada. La presencia de un visitante con ánimos de retratar todo lo que veía motivó a los lugareños que pusieron su mejor actitud para posar frente a la cámara. Era magnífico como una comunidad en medio de un lugar tan poco conocido ofrecía tanto de su espíritu humano. Dombay es de esos pequeños lugares que no se pueden describir con palabras y a los que las imágenes tampoco hacen del todo justicia. O has estado allí o solo una buena imaginación puede transportarte a lo que sentí yo deambulando por aquellos lares. La soledad y el olvido de un país tan grande no permiten a estas personas ni la más pequeña oportunidad para gritarle al mundo lo que tienen para ofrecer. Pero a pesar de ser ello, Dombay se manifiesta inmensamente amable, nos brinda grandes lugares y, sobre todo, nos regala grandes personas dispuestas a hacerte pasar un muy buen momento. Nunca había vivido nada como Dombay, porque nunca había estado allí.

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